Miguel Iriarte
Díaz-Granados
1957
Periodista cultural, ensayista y profesor de semiótica en universidades barranquilleras, Miguel Antonio Iriarte Díaz-Granados [San Luís de Sincé, 1957] es Licenciado en Filología de la Universidad del Atlántico y especialista en Gerencia y Gestión Cultural, con una Maestría en Comunicación por la del Norte. Ha sido director del Instituto Distrital de Cultura de Barranquilla, Secretario de Cultura y Patrimonio del Atlántico, director de la Biblioteca Piloto del Caribe, y de las revistas Astrolabios y víacuarenta, así como asesor de la Corporación Luís Eduardo Nieto Arteta y director del Festival Internacional de Poesía del Caribe, PoeMaRío.
Hijo de una pareja de sabaneros, amantes de la poesía y la música, Fernando Iriarte Navarro y Antonia Díaz-Granados, hizo la primaria en el Instituto Santo Tomás de Aquino, de su padrino Luís Gabriel Mesa, de donde saldría para hacer el bachillerato en el San Juan Bautista de La Salle y terminar, luego de que su octavo grado fuera clausurado por indisciplina, en el Liceo Carmelo Percy Vergara de Corozal. Huérfano de madre a los seis años –“mis siete hermanos y yo quedamos regados entre familiares”, “la recuerdo cuando tuve cinco años mientras anudaba los cordones de mis zapatos caminando rumbo a un sol rojo y enorme que se ocultaba al final de la Calle Real que la envolvía toda”—y casi que de padre porque iba por el mundo navegando en barcos de la Flota Mercante Gran Colombiana, se refugió en las fincas de uno de sus abuelos aprendiendo la vida del campo junto a labriegos y vaqueros en la experiencia más sensible y definitiva de su existencia, vadeando ríos, resistiendo la belleza de los verdes de las sabanas, tocando la flauta en solitario y leyendo suplementos literarios que le llevaba su padre, aunque ya había comenzado a escribir poesía a los doce años.
En su primer libro, Doy mi palabra (1985) la voz de Iriarte, cargada de pasión, ajusta cuentas con su pasado amatorio y los símbolos de diversas entonaciones que alegran la vida. Por esa razón numerosos de sus paradigmas líricos –“Soy poeta porque no pude ser su músico”--, ha dicho, son rapsodas como Rolando La Serie, André Bretón, Jorge Artel, Walt Whitman, Vinicius de Moraes o Lezama Lima, que han inspirado una ecléctica variedad de textos, cortos en su mayoría, que exhiben verdades cotidianas donde a veces salta la poesía como una liebre acosada por el destino, pero que escarban mas en el interior del poeta que en la imaginería del lector; un buceo de hondura, con música de fondo.
Segundas intenciones (1996), es una tolvanera de seres contradichos, ardores frustrados, substancias y sucesos examinados en los abismos de su existencia. Un libro que destila daño y desaliento, con la sal del mar como destino y salvación, porque seduce como envenena, donde procura la salvación en una salmuera, evitando la descomposición de su carne y su alma, descuartizadas por amores contrariados, efímeros, polvos que apenas dejan hastío y asco, amarguras que terminan siendo júbilos que no dan descanso a la vida, arrastrando al lector a los mismos pantanos del desconsuelo: pueblos, prostíbulos, casas, ríos, pasiones, pálpitos de la sangre.
“Miguel Iriarte – escribió Gustavo Ibarra Merlano,-- está ahincado en la tierra. Su campo no es la trascendencia sino la inmediatez. Pero en ella sufre desgarradamente con sinceridad todos los oprobios de esa condición. La generación del tiempo, la infinidad de la vida, la inclemencia de las tardes junto al mar combativo y predatorio. Así este poeta nos muestra lados de la vida que él ha visto con tanta intensidad que, participando de esa mirada, nos enriquecemos con la sabiduría del dolor, nos volvemos prósperos con el desconsuelo sinceramente padecido y ascendemos a lugares donde no habríamos llegado sin la ayuda de su magnífica creación.”
Oración de la sal
He
venido a decirlo
con lo que puede haber de mar en mis
palabras.
Este plato de sal, queridos míos,
estos granos de sal traídos desde el
mar
esta mañana,
han sido cultivados en su extensa
verdad
desde hace siglos.
Y se los he ganado a las tormentas de
mi alma.
Y a los monstruos del miedo que
persiguen mis delfines.
Y a los misterios del fondo que me
llaman.
Están aquí, pequeños, para calmar
la pobreza de esta casa.
Y para iluminar la bruma de este
muelle
en el que sólo atracan recuerdos y
fantasmas.
Orín de tiempo y ahogados de otras
aguas.
No la rieguen en la tabla de la mesa.
No dejen que su diamante más perfecto
se confunda en el desorden de la
tierra.
No permitan que arda en la candela.
No se alimenten con ella en demasía.
Ni derramen su salmuera en la herida
equivocada,
abierta
por la hoja de metal o por la pena.
Pero ante todo,
No dejen que sus sueños la corrompan.
Y así estarán salvados de la nada.
Este deseo de sal amada mía
tiene que ser navegado en tus
rincones.
Para que se alimente el hambre de mi
lengua.
Para salvar mi corazón con ese aliño.
Para llevarme un recuerdo de sabores.
Y no mirar atrás, estatua calcinada
del olvido.
Señor
Aparta la sal de mis pupilas.
Déjame ver el mar desde tu orilla.
Guarda la sal de aquellos que tienen
mala suerte.
Ten para mí la cruda sal de cada día.
La de mi pan, la de mi amor y la
poesía.
Cámara de jazz (2005) es un homenaje a esa variante de la música del mundo que surgió en las barriadas prostibularias de New Orleans y que como el tango, hoy es de buen recibo en todas partes. En el prólogo Iriarte propone al lector fundar una orquesta ilusoria, una gran banda, donde oficien sus intérpretes favoritos, con cinco trompetas, tres trombones, cinco saxos, dos pianos, un vibráfono, un contrabajo, dos tambores, dos congas, una guitarra y una voz que rindan ese tributo, con el verbo, a la melodía.
“Aquí se percibe la fuerza de la cultura popular, sostuvo JJ. Junieles, su forma de abrirse paso, de saltar alambradas y cavar túneles, de irrespetar lo que no merece respeto: las fronteras y banderas que dividen a los seres humanos. Esa pujanza se hace sentir en sus versos. Sólo la música pudo —puede— contestar a estos músicos que son materia de este libro: ¿Por qué nacieron tan negros y tan tristes? Aquí entendemos por qué el jazz parece la música de un reino antiguo, de seres que no quieren lavar sus manos, para no perder su lodo original.”
Iriarte es un ávido lector de la poesía de Borges, Stevens, Paz, Eliot, Whitman, Pound, Eluard, Pavese, Cernuda y Salinas.
Semana santa de mi boca [2011], es un serial de textos no utilitarios que siguiendo la consigna de Luis Buñuel según la cual devoción sin sexo es como huevo sin sal explora las concomitancias entre religión, erotismo y culinaria, tres ingredientes de la vida cotidiana del caribe colombiano como lo han sido de la cultura bahiana de Dona Flor e seus dois maridos. “El resultado, dice el editor, es una poesía plena sabores, sensualidad y espiritualidad…”
Semana santa de mi boca
Sólo queda tu ausencia repetida.
Es eso todo lo que tengo.
Tú, que desapareces, que te esfumas
en la ráfaga alisia que estremece mis
ramas.
Aire que nada dice.
Brisa del río que viene siempre
ahogada.
Cada vez que te pierdes de mí
más cercana del centro de mis sueños
yo te encuentro.
Más hundida en el pozo rojo de mi
sangre.
Más lejana de mis manos
que quisieran tocarte.
Por eso sueño.
Para ordenar la defectuosa realidad
de no tenerte
Para recomponerle a Dios
los terribles descuidos de su oficio.
Para llegar a ti primero que la
muerte.
Película de tiempo
sobre la piel lustrosa de la noche.
Parejas intocables somos
frente a un telón abierto
desde donde nos miran los duendes del
deseo
asomados distantes al mar antiguo de
Taganga.
Desde el claro mirador de las
alturas.
Desde el ojo de un pez que nos ve
allí
puestos los dos para un hambre
anterior a toda sed.
Y sin embargo ausentes
en la extraña ceremonia del olvido.
Pintura viva de este mar
para el consumo de mis ojos del alma.
Con los mismos que te miro
siempre que quiero verte y no te veo.
Espejo desierto de una sal que arde.
Paisaje en el que navegan mis
adentros.
Podrás, ahora que ya sabes de mi
andar
En el feliz dolor de la poesía.
Que voy en vuelo fácil de la nada del
sueño
a mis silencios y viceversa.
Podrás, repito,
Entender por fin que un amor por más
callado
no tiene que ser menor amor.
Déjate hallar,
Perdida medicina de mí ahogo.
Déjame ponerte las manos encima
Virgen gemela
Idéntica deidad a la que van mis
rezos dirigidos.
Dulce moreno de trópico de almíbar.
Miel de ciruelas
para la semana santa de mi boca.
Como han anotado algunos de sus comentaristas, este volumen propone un viaje incierto para que el lector se sacuda de las costumbres beatas y se deje consternar por unos poemas que son parodia de los deseos y prácticas de culturas como la caribe colombiana.
“Hombre anclado sobre la marea del anchuroso río Magdalena, Miguel Iriarte, -- ha escrito Luís Rafael Hernández--, es un artista raro, de esos que se resisten a las clasificaciones críticas. Pese a sus labores burocráticas consigue salvar al lírico de oído musical, donde ritmo y melodía determinan la disposición de los versos y la ordenación de las metáforas, los retruécanos y los muy jazzísticos juegos de palabras de arritmias coloquiales y acuosas imágenes prestas a retratar los fragmentos de la existencia trágica en los márgenes caribeños y desde el vórtice del canon literario”.