Mauricio Contreras

1960

Sísifo

Quién puede acusarme
por falta de empeño en mi condena.

Acaso los dioses
acaso las gentes que pasan por mi lado
como si la rueda de los días
fuese para ellos más liviana.

Es cierto
y todos lo saben
que quise con mis palabras
detener el tiempo insaciable
y sólo un puñado de polvo
resta ahora entre mis manos.

Tan pocas
para recomponer la cima lejana.

 

Nocturno con pistoletazo
Una noche,
una noche toda llena de aguas humeantes,
bocados de sombra,
espinas que atragantan.

Una noche,
una noche toda llena de celajes,
botes vacíos y hechos de sangre,
esta noche se amotina
en abluciones sobre el asfalto.

Una noche
una noche toda llena de perfumes
de murmullos y de música de alas.

Fruto de sabias ácidas,
rastrojo de animales agiles,
memoria espesa,
ráfaga que invade los cuartos
y confunde el almizcle de los cuerpos que amamos.

 

San Sebastián y sus lebreles corporales

Ahí está de nuevo.
Adivino su presencia tras las cortinas de la ventana
que permanece cerrada.
Me vigila con insistencia   me busca   me encuentra.
Sé que quiere acariciarme
pero no me dice nada.

En la casa me repiten que no hable con extraños,
vive cerca y todas las mañanas nos cruzamos.
El aroma del perfume que usa me trastorna,
su mirada acezante me sonroja y apuro el paso para alejarme,
pero quisiera quedarme.

Cómo cansan diez y seis años.
¿Por qué no me habla?
¿Cómo debo comportarme?

Sólo sus miradas.
Saetas como lebreles lamiendo mi costado,
cosquilleo que sube por mi espalda.