Jorge García Usta
1960-2005
Arenga de las mujeres necesarias
Ah, necesarias para vivir y morir, con sus aguas rezadas.
Antes de llegar, ellas mojaban
de cantos todos los asaltos,
los días con sus cejas veloces,
el mayor misterio con su gestión de penumbra.
Anchas, siempre.
Como de plaza o establo, como de río.
Muchos deseos de noche a su tercer labio,
besos mundiales a sus modos montunos.
Vastas, siempre.
Deidades de teta agreste y alma compañera.
Con las espaldas caídas
como tronos milenarios.
Violentas para morir, en la cruz de los mercados.
Y la salud de sus proverbios:
bestias lentas exigiendo carne y viento.
Buenas, siempre.
Locas libres para hacer de los respiros
otra conversación intensa,
para portar el río en la mirada,
ordenar los gastos de cielo,
para fundar en el hombre último
el primer niño.
Necesarias.
Balada de Teresa Dager
No hubo mujer bajo estos soles
como Teresa Dáger:
mitad cedro, mitad canoa.
Era bella, inclusive, al despertarse
Y después de comer ese pobre trigo
nativo.
En las esquinas, a su paso,
Hombres sudorosos
interrumpían las liturgias del comercio
y maldecían la muerte.
Era una forma ansiosa.
Procedía de una furia vegetal.
No la salvó tampoco su belleza.
Ahora, a los 80 años,
a diferencia de otras que fueros feas y felices,
Teresa Dáger sueña sola en le piso 15,
rodeada de zafiros derrotados.
Y solo piensa en ese arriero de Aleppo
que el 7 de Agosto de 1925
La miro con ganas y en silencio
Tres segundos antes de que su padre
la enviara al destierro de la trastienda.
Desposeído
Toco en tu boca
una textura más antigua que el luto indio
Toco en tu piel
un enigma insaciable que se repite
Toco en tus nalgas
el misterio gemelo del infinito
Desposeído ya de toda tierra
muerdo en tu lengua la tercera ala del ángel.