
León Darío Gil
1953
Cucarachas
Su frenética inquietud,
      su esclarecida vocación por la noche,
      el modo místico de averiguar el mundo; 
      de averiguarlo y vivirlo,
      como aterradoras maquinitas de cuerda.
Incontable legión de ángeles desahuciados.
      Inexorables habitantes de la casa.
Su respeto preclaro por el hombre; le huye,
      su indeclinable fe por su misión y su  suerte,
      su reino innombrable de oquedades y de  hendijas.
Dios las hizo para procurarnos la noción de la persistencia.
Jamás ni nunca las cansará la eternidad;
      son eternas... aunque mueran aplastadas.
La puntilla
Vos misma, para corroborar la humildad,  encubres tu existencia.
      Nadie te enseñó ni nadie, en las cartillas  de leer, trazó tu ser ni escribió tu nombre.
      No mereciste que una tiza  te dibujara en el tablero, y vos lo  sostenías.
      Advertí, siendo niño, que no era un milagro  lo que mantenía en la pared a un mar, un peñasco y un castillo. Vos estabas  detrás y yo ignoraba tu nombre.
He visto pender de tu oficio todo el universo, la espiga de un trigal, patrias abatidas, tropas de elefantes, vírgenes y santos de todas las calañas, mis llaves, bolívares descascarados, sin mi mí camisa, una cometa y el cielo, cristos, héroes de verdad o de artificio, pliegos de meses, ríos ilusorios, repisas, puentes como cuchilladas en el horizonte, virgilios aterrados, trapos y volcanes, tigres, camándulas, botellas y mujeres, espejos desmemoriados, catedrales y tugurios, los abuelos, arcos del triunfo o de violines, ballenas, sartenes, monalisas y barcos, una primera comunión desleída, relojes con horas varadas, trastornadas o cuerdas.
Tu invención no fue una casualidad, fue un encargo de Dios.
Años
Ojalá que los años me enseñen a morir
      pero sin quitarme que no pueda amarrarme los  zapatos,
      que no me olviden de subir la cremallera,
      que ascender escalas no sea un suplicio,
      que no me traben las manos de artritis,
      que todavía me acuerden 
      donde carajos fue que dejé las llaves,
      que no me quiten de la memoria
      los años que voy cumpliendo,
      de siempre llevar mis gafas,
      que pueda, solo, subirme a la buseta,
      darle a pié la vuelta a la manzana
      o por lo menos a la cuadra,
      que distinga los billetes,
      que me dejen mandar en mis orinadas,
      vestirme por mi cuenta
      y por mi cuenta comerme mi comida, 
      que sea capaz de decir de memoria mi número  de cédula
      y dónde y cuándo fue que nací,
      yo afeitarme
      yo cortarme los pelitos de la nariz,
      entrar al baño sin la ayuda de nadie, yo,
      que me cambien la caligrafía
      pero que nunca los años me resten la  escritura,
      que me dejen leer, les ruego, hasta el fin  de mis días,
      me dejen oír mi nombre cuando lo nombren,
      que no me trastoquen los números ni las  letras,
      que me opaquen pero que nunca me apaguen la  voz,
      contestar el teléfono y marcarlo,
      llegar hasta donde motila el peluquero,
      y pagarle con mi propio dinero.
Que de vez en cuando me dejen
      pararme en un puente y sentir que de abajo
      me llaman las aguas
    ...que algún día me dejen acatarlas.                                             
