Luis Vidales

1900-1990

Luis Nelson Vidales Jaramillo, Luis Vidales (Calarcá, 1900-1990) no es sólo el mítico poeta de Suenan timbres (1926) sino uno de los fundadores, junto a Luis Tejada, Silvestre Zawinsky, José Mar, Moisés Prieto y Diego Mejía, del Partido Comunista Colombiano y una de las vidas de poeta alguno dignas de la novela.

Hijo de una pareja de masones radicales vino al mundo en una vereda del viejo Caldas en plena Guerra de los Mil Días, por cuya causa sólo fue bautizado cuatro años después de su nacimiento, infancia que pasó al cuidado de una vieja negra guineana, esclava manumisa, en el puerto fluvial de Honda, eje principal de la economía y comercio del país sobre el Rio de la Magdalena, centro de distribución, sede de milicias y jesuitas de donde partió toda la navegación hacia el Caribe desde la colonización hasta bien entrado el siglo XX. Cuando él y sus hermanos tuvieron edad para iniciar los estudios de secundaria, la familia se trasladó a Bogotá, ingresando el poeta al Colegio del Rosario, donde se hizo bachiller a los dieciséis y aun cuando ya había participado en manifestaciones políticas, en tertulias literarias y discusiones ideológicas, ingresó como contable al Banco de Londres & América del Sud, marcando con estas actividades el resto de su vida: contador público, extremista de izquierdas y poeta de vanguardias.

Fue en aquellos tiempos cuando comenzó a publicar en los diarios capitalinos, se vinculó a Los Nuevos, dio a la imprenta su famoso libro, decidió frecuentar la Escuela de Altos Estudios de Paris y luego[1928], fungió de cónsul del gobierno de Miguel Abadía Méndez en Génova ante Benito Mussolini, compromiso que abandonó para regresar al país y fundar, formalmente, el Partido Comunista, ser su Secretario General en 1932 y [1935] verse excluido y degradado del Comité Central, por desviacionismo trotskista por el estalinista Ignacio Torres Giraldo, obligándole a hacer pública profesión de obediencia y fidelidad: “Declaro –firmó Vidales- que ceso toda oposición ideológica contra la actual dirección del partido y que en lo sucesivo aceptaré su política”. Sólo en 1964, Gilberto Viera White le rehabilitó discretamente, luego de haberle despachado a las tinieblas exteriores por treinta años, con viajes a China y la Unión Soviética, enviándole a colaborar [”Métete en lo más hondo del partido liberal”] con Alfonso López Pumarejo, Gabriel Turbay, Jorge Eliecer Gaitán, Eduardo Santos, Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo. Años en cuales se desempeñó como Director Nacional de Estadística, fue profesor de Historia del Arte, hizo parte de las redes de información y abastecimiento de las guerrillas liberales, fue destituido como profesor de la Universidad Nacional por Roberto Urdaneta,  estuvo exiliado [1953-1964] por once años en Chile, volvió a trabajar en el DANE y recibió, ya bien entrado en la vejez, los Premios Nacional de Poesía  y Lenin. 

Entre 1930 y 1979 Vidales fue detenido y llevado a prisión 37 veces, la última con gran crueldad, a los setenta y nueve años, durante el gobierno del liberal Julio César Turbay, cuando en Abril de aquel año, confundiéndole con su hijo Carlos, entonces miembro de la dirección nacional del M-19,  allanaron el piso del poeta en la madrugada y en completa indefensión le condujeron a unas caballerizas donde permaneció, casi desnudo, a merced de los insectos y la burla de los soldados. Por último, sólo y enfermo, varios de los camaradas y líricos que decían cuidarle y bebían de su licor de malta, en un acto de admiración inigualable saquearon su pequeño refugio del barrio Teusaquillo, robando y luego cediendo a un conocido vate y librero de viejo y  a otras instituciones del género, los manuscritos de varios de sus libros, con caricaturas y documentos que permanecían inéditos o apreciaba mucho.

Vidales debe su gloria a Suenan timbres, así los poemas los compusiera como un acto de gamberrismo y tomadura de pelo de su tiempo. Lo cierto fue que acertó y de qué manera, tanta, como para que Borges y Huidobro le incluyesen en el podio de su Índice de la nueva poesía americana (1926).

En una ciudad analfabeta, donde para ser presidente de la república era menester traducir a Horacio y Virgilio, que renacía entre las ruinas de la Guerra de los Mil Días y apenas conocía “el progreso” [la luz eléctrica, los teléfonos, los ascensores y el automóvil], literariamente adocenada por la sujeción a las tradiciones hispánicas y neoclásicas, --regida en las altas esferas por Guillermo Valencia y por Julio Flórez en las chicherías y canchas de tejo de los barrios de artesanos y obreros--, que un petimetre de veinticinco años se atreviera a publicar un tomo, irreverente y mordaz, titulado Suenan timbres, con “poesías” con patos matando las escopetas, borricos castigando al mulero, bacterias que observan a los científicos a través de las lentes y un nuestro señor Jesucristo que fallece bajo el peso de una gran medalla, tenía que despertar la curiosidad de los lectores y suscitar la descalificación de los especialistas, agotando una edición de unos cuantos cientos de ejemplares. Porque lo cierto fue, y así lo atestiguan los registros, a nadie convenció, como no fuera a Luis Tejada y los amigos del Windsor, ese mundo al revés de la nueva poesía. Según contó él mismo, el libro lo publicó con un dinero que le había prestado un compañero del banco donde trabajaban y que canceló, no con fama, sino con pura gratitud.

Humor, ironía, burla, desenfado, desfachatez, miradas sesgadas, los poemas de Vidales dieron en el clavo porque demolían el estado de cosas que conservaba en vilo una República Conservadora a punto de colapsar con la quiebra financiera de 1928. Todo lo respetable, establecido, aceptado y moralmente admitido, de buena costumbre; toda la rima consonante y la estructura del soneto, ñoña y pendejismo, se vino abajo con las piruetas metafóricas y los sustos del inconsciente que Vidales bebió en las botellas y licores del “espíritu de la época”, de La pipa de Kif (1919) de Valle Inclán y las Greguerías (1914) de  Gómez de la Serna, sus maestros.  Fue ese derrumbe del sentido común, ese poner patas arriba todo lo que parecía sostenerse con firmeza, lo que dio eternidad a esos “poemas”, que nunca más volvió a escribir Vidales, porque ni el momento ni la palabra, es decir la historia, lo permitieron. La República Liberal fue apenas el  preámbulo a la horrible pesadilla de la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y La Violencia, cuando por otros motivos y una cobardía y cinismo inauditos, con la ayuda de la Gran Prensa los Nadaístas quisieron reeditar la gran aventura verbal de Vidales, Tejada, De Greiff y Zalamea.

Luis Nelson Vidales Jaramillo, el político, ofrecería a sus fieles seguidores y militantes abominables textos celebrando los decretos del Partido Comunista Colombiano, condenando la masacre de los artesanos en la Plaza de Bolívar en 1918, el trabajo humillante de los campesinos o aplaudiendo el centralismo democrático y las diversas y combinadas formas de Lucha, las huelgas de los zapateros, las invasiones militares soviéticas a sus estados satélites, la tiranía de Fidel Castro o el servilismo de Roberto Fernández Retamar, e incluso, los versos delirantes y oportunistas de alguno de sus numerosos sobrinos líricos. Fue, como bien lo dijo alguien que le conocía y le adoraba, “confeso estalinista en todo momento”.

 

Harold Alvarado Tenorio